Magia y poder de la palabra
Introducción
La palabra es el
instrumento esencial en el oficio del escritor, por lo que es un tema que se
debate con frecuencia en su escritorio. Aquí presentamos varios textos donde la
palabra se puede apreciar desde diferentes perspectivas: literaria, académica,
religiosa, poética, etc. Enfoques de unos pocos autores serán suficientes
para envolvernos en su magia y abrir la puerta de nuestra curiosidad e imaginación.
El
segundo texto, La palabra como utensilio,
aunque es bastante largo, es fundamental para tomar conciencia de su valor en nuestra
vida y en el quehacer del escritor. Sin embargo, todos tienen mucho que dar,
como este poema que aparece a continuación:
la voz a ti debida
versos 201 a 236 /pedro salinas
versos 201 a 236 /pedro salinas
«Mañana».
La palabra
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: «Yo, mañana...»
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban —agudas,
sones de violines—
esperanzas delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos,
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! Qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: «Yo...»
iba suelta, vacante,
ingrávida, en el aire,
tan sin alma y sin cuerpo,
tan sin color ni beso,
que la dejé pasar
por mi lado, en mi hoy.
Pero de pronto tú
dijiste: «Yo, mañana...»
Y todo se pobló
de carne y de banderas.
Se me precipitaban
encima las promesas
de seiscientos colores,
con vestidos de moda,
desnudas, pero todas
cargadas de caricias.
En trenes o en gacelas
me llegaban —agudas,
sones de violines—
esperanzas delgadas
de bocas virginales.
O veloces y grandes
como buques, de lejos,
como ballenas
desde mares distantes,
inmensas esperanzas
de un amor sin final.
¡Mañana! Qué palabra
toda vibrante, tensa
de alma y carne rosada,
cuerda del arco donde
tú pusiste, agudísima,
arma de veinte años,
la flecha más segura
cuando dijiste: «Yo...»
Curso de redacción /Gonzalo Martín Vivaldi
La palabra como utensilio
Hemos
estudiado hasta aquí múltiples problemas de redacción y estilo. Sin embargo, no
nos hemos detenido en el estudio de la palabra como "materia prima" o
utensilio del escritor.
Naturalmente
no pretendemos agotar el tema, sino dar nuestro personal parecer, seguido de
una serie de opiniones autorizadas que refrendan en parte nuestra tesis.
No es buen
pintor, no puede serlo -afirman los técnicos en la materia-, quien no sepa
manejar los colores, quien se atreva a ignorar las calidades de los pigmentos
que utiliza: verde esmeralda, carmín alizarina, azul ultramar, negro de humo...
No es buen
arquitecto, no puede serlo -calcula uno- quien desconozca la calidad de los
diversos materiales de construcción, quien ignore cuándo, cómo y dónde ha de
utilizar la piedra, el ladrillo o la madera.
Y así el
escritor con su materia prima: la palabra. La precisión en el empleo del
vocabulario es —debe ser— una de las exigencias fundamentales en el difícil y
nunca bien aprendido arte de escribir.
Pero con ser la
palabra utensilio indispensable, no se crea por ello, ingenuamente, que se
escribe sólo con vocablos, ni que a mayor dominio, a más riqueza de
vocabulario, mejor será el escritor. Si así fuera, bastaría con aprenderse de
memoria un Diccionario manual para .convertirse en artista de la pluma. Pero si
hacemos la prueba de contar las voces que integran el Diccionario de la
Academia y las que conocemos y utilizamos habitualmente, nos asombrará nuestra
indigencia, nuestro mísero léxico.
De ahí la
servidumbre y la grandeza del escritor: de serlo a pesar de la escasez de sus
medios de expresión. Porque aún en el caso imposible de un hombre que manejara
todos o casi todos los vocablos de su idioma, tal hombre-monstruo se
encontraría en ocasiones -eterno problema del matiz- en la embarazosa situación
de no dar con la palabra exacta que tal o cual frase necesita o exige.
Tampoco el
pintor utiliza en su paleta los miles y miles de tonos que la Naturaleza
ofrece: los inagotables matices del verde, del rojo o del amarillo. El buen
pintor sabe que basta con unos pocos colores bien manejados, con una sabia
combinación de los primarios, secundarios, intermedios y complementarios. A
base de ellos -doce en total- se puede obtener una infinita gama colorista. No
es por ello mejor pintor el de paleta mejor surtida, sino quien más hábilmente
combina, mezcla y contrasta a base de unos cuantos tonos fundamentales.
Y como el
pigmento no es el cuadro, ni el ladrillo la casa, tampoco el vocablo es el
libro. Quiere decirse que no se escribe sólo con palabras, escogiéndolas, una a
una, como se escogen las manzanas en el mercado de frutas.
La palabra lo es en la frase
"La palabra —escribe García de Diego, en
sus "Lecciones de Lingüística"- no es nada más que en la frase, y en
la frase la palabra no tiene su cúmulo de acepciones, sino una sola, y esta
sola acepción no es puro valor de la palabra, sino acepción recibida del
contexto o polarizada por él."
Tampoco el verde
de las hojas del olivo o del álamo es siempre el mismo, sino que depende de su
contexto, esto es, del aire, de la luz, de la hora -del minuto acaso—, en que
esa hoja brilla al sol o no brilla a la sombra. Color huidizo, siempre
cambiante, martirio del pintor impresionista que quiera plasmar ese fugaz
momento luminoso del paisaje.
"La palabra
-sigue García de Diego- elemento de frase, tiene en ella una significación
momentánea, determinada por la situación o contexto. La palabra, estrictamente
hablando, no tiene significación, sino aptitud de significación. Tal palabra
puede recibir las veinte significaciones que el Diccionario le asigna, pero
también otras que no le asigna."
Es el problema,
por ejemplo, que a todo escritor consciente le plantean los sinónimos. Alguien
ha dicho: "los sinónimos están en el Diccionario". La verdad sería
más bien lo contrario. "De modo absoluto -escribía Albalat- puede
afirmarse que no hay sinónimos. Pereza, ociosidad, indolencia y holgazanería
tienen sentido diferente".
Sentido aproximativo de las palabras
"El sentido
de la palabra -según Marouzeau- no puede ser más que aproximativo, como nuestro
propio pensamiento. La lengua es, además, una construcción imperfecta, muy
insuficiente para nuestras necesidades; el material de las palabras resulta
impotente para expresar todos los aspectos del pensamiento, del sentimiento, de
la imaginación. Sin cesar, nuestro vocabulario nos traiciona por defecto. Y
también por exceso".
Un poeta
granadino, ha dicho:
"Indiferentes,
palabras perdidas. Nadie el acento de su realidad descubre, íntimo. Mudo el
secreto de su esencia, como un río, calladas, van hacia el centro de un mar que
creará las nubes de su sentir verdadero"(1).
"La palabra
-precisa Marouzeau- no significa más que lo que en cada caso representa para el
que la pronuncia y el que la escucha. ¿Qué significa "lago"? Para un
geógrafo, un elemento de la topografía; para un turista, será la evocación de
un alto a la orilla del agua; para un pescador, el recuerdo de un buen día de
pesca; para un poeta, acaso no sea más que una reminiscencia de
Lamartine."
Y es que la
palabra -como dijera Ortega- implica siempre una transposición, una metáfora.
De ahí que el
Diccionario, con toda su riqueza de léxico no sea, a fin de cuentas, más que un
cementerio donde yacen las palabras muertas. Y el escritor, un taumaturgo
dotado del mágico poder de revivir a esos vocablos inertes, de decirles, como a
Lázaro, "levántate y anda". Y de transformar, transfigurar así, a la
momia, en ser vivo que alienta; de convertir a la palabra-cadáver en un ser
lleno de vida, de significación y de sentido.
Belleza y magia de las palabras
Dicen los
lingüistas que hablar es hacer frases, aunque sean de una palabra. La oración
-se afirma- fue antes que la palabra, "en el sentido de que las primeras
palabras eran oraciones". Así, cuando el hombre primitivo dice "ciervo"
o "búfalo", no lo hace para designar a estos animales, sino para
emitir un juicio, como "el ciervo viene" o "el búfalo
ataca".
Análogamente, el
balbuceo del niño que empieza a hablar. Cuando el pequeño malpronuncia
"guagua" o "tate", en realidad está diciéndonos que
"viene el perro" o que "quiere chocolate".
(1) Elena
Martin Vivaldi, "Cumplida soledad". Colección "Veleta al Sur".
Granada.
Belleza de las palabras
Admitida, pues,
la tesis de que no se escribe sólo con palabras, sino con frases, forzoso será
reconocer que la belleza de un texto escrito no reside en los vocablos
aislados, sino en su artística trabazón; depende del modo y sabiduría en
utilizarlos; de su empleo más o menos correcto; de su mejor o peor engarce en
un trozo literario. La belleza o la profundidad resultan de lo que,
sirviéndonos de las palabras como mero vehículo, hagamos sentir o pensar al
lector.
La descripción
de un paisaje —valga el ejemplo— no es más bella porque utilicemos vocablos más
o menos sonoros o "distinguidos", sino porque, al escribir, llevemos
al ánimo del lector esa belleza que intentamos plasmar, haciéndole partícipe de
la misma. De análogo modo, la calidad estética de un cuadro no depende de los
colores empleados por el pintor. Los pigmentos están a disposición de todos los
artistas en el comercio, como las palabras están, para uso de todos, en el
diccionario.
Se cuenta -y el
ejemplo viene a cuento- que el gran Van Gogh pintó un día uno de sus
inimitables lienzos con sólo dos pigmentos, los que en aquel momento tenía a
mano: polvo de añil y hollín de chimenea. Con tan pobre material hizo una obra
de arte.
No hay palabras bellas ni feas
A pesar de lo
expuesto (y uno respeta las ajenas opiniones porque no es misión del que esto
escribe "sentar cátedra") hay quien cree en la belleza de las
palabras por si mismas.
La voz
"cristal", por ejemplo, obtuvo el primer premio en cierto concurso
organizado por un periódico literario, para decidir por votación cuál era la
palabra más bella. Y a "cristal", podríamos añadir por nuestra cuenta
otras no menos bellas: "azul", "plata", "nube" y
"viento".
Bien está el
dato como simple curiosidad literaria, pero desengañémonos a tiempo: no seremos
nunca grandes escritores por muchos "cristales" que intercalemos en
nuestra prosa. No; no hay palabras bellas ni feas. Lo que importa no es el
sonido del vocablo aislado, sino su cadencia dentro de la frase. Incluso
palabras que, aisladamente pudieran sonar mal, pierden su disonancia si sabemos
rodearlas, enguatarlas, con otros vocablos apropiados, que atenúen el posible
mal sonido.
Escribir
pendiente sólo de las palabras "bellas" es caer en narcisismo
literario; es caer, y ahogarse, en las aguas en que el propio Narciso se
contempla.
Ese vocablo que
se yergue en la frase por su sola y simple sonoridad, por su rareza de piedra
preciosa, es como pincelada color naranja caprichosamente puesta entre el verde
sobrio de unas ramas de olivo.
Lo que interesa
-al menos en la sana prosa-, lo que creemos debe interesar al lector, que es
para quien se escribe a fin de cuentas, no es la voz más o menos bella por sí
misma, sino la palabra propia. No es "azul", ni "cristal",
ni "brisa", "fuente" o "luna", sino color,
trasparencia, rumor, luz..., es decir, lo que no puede expresarse con una sola
palabra, aunque un vocablo baste a veces.
Poder mágico de las palabras
Lo dicho no
significa que desconozcamos voluntariamente el poder mágico de las palabras en
poesía -en el dominio del verso-, en el arte dramático o en ciertos momentos de
la oratoria.
Poetas, dramaturgos
y oradores saben que la palabra es a veces algo más que simple vehículo del
pensamiento; que es objeto, no medio; protagonista del contexto, creadora de
vivencias. Que es lo que viene a decir Ortega cuando, en su estudio sobre
Mirabeau, define a la palabra hablada como "un poco de aire estremecido
que, desde la madrugada confusa del Génesis, tiene poder de creación".
Una sola voz,
"Sésamo", hacía que se abriera la misteriosa puerta de la cueva de
Alí-Babá. Y los indios de Kipling -refiere André Maurois- iban en busca de la
"palabra maestra" que les daría autoridad sobre los hombres y las
cosas.
Tan mágico es el
poder de la palabra que, sin ella, parece como si el hombre fuera incapaz de
comprender la Creación del Universo. Así, en el Génesis, no se nos dice que
Dios, al pensar el mundo, le diera vida, sino que Dios, al crear, habló:
"Y dijo Dios: hágase la luz. Y la luz fue hecha."
La pluma del
poeta, según Shakespeare, da contorno a las cosas:
"... y a lo
etéreo y vacío lo dota de habitáculo y de nombre."
Nombrar las
cosas es un modo de infundirles vida. Es lo que expresa aquella copla de
Antonio Machado:
"Dicen que
el hombre no es hombre mientras que no oye su nombre de labios de una mujer.
Puede ser."
"Sólo la
poesía —escribió Keats— puede decir sus sueños; sólo con el hechizo de las
palabras puede salvar la imaginación de la oscura cadena y el mudo
encantamiento."
Y comenta
Middleton Murry:
"Cada obra
eterna de la literatura no es tanto una victoria del lenguaje, como una
victoria sobre el lenguaje: una súbita inyección de percepciones vivificantes
en un vocabulario que, de no ser por la energía del literato creador, se
hallaría perpetuamente al borde del agotamiento."
La palabra y la gente
Pero el hechizo
de las palabras, su magia -no importa repetir el concepto-, no está en ellas
mismas, aisladas, desgajadas de la frase o del periodo. La palabra iluminada es
como estrella que, a su luz propia, une la luz recibida de otras estrellas
vecinas.
Pretender
escribir a base de palabras "bonitas", escogidas, sería tanto como
querer un paisaje en donde sólo hubiera cuidadas flores de invernadero.
Y transformar
así la obra poética en escaparate de bisutería (1).
Notas complementarias:
La palabra y los autores
Escribe Ortega y
Gasset en su obra "El hombre y la gente" (cap. XI, "El decir de
la gente").
"...En el
diccionario las palabras son posibles significaciones, pero no dicen nada...
Las palabras no son palabras, sino cuando son dichas por alguien... La
significación que el diccionario atribuye a cada vocablo es sólo el esqueleto
de sus efectivas significaciones, siempre más distintas o nuevas, que en el
fluir nunca quieto, siempre variante del hablar ponen a ese esqueleto la carne
de un correcto sentido."
Y, más adelante,
afirma Ortega:
"El individuo
que quiere decir algo muy suyo y, por lo mismo, nuevo, no encuentra en el decir
de la gente, en la lengua, un uso verbal adecuado para enunciarlo. Entonces el
individuo inventa una nueva expresión. Si ésta tiene la fortuna de ser repetida
por suficiente número de otras personas, es posible que acabe por consolidarse
como uso verbal."
"El habla
no consiste sólo en palabras, en sonoridades o fonemas. La producción de
sonidos inarticulados es sólo un lado del hablar. El otro lado es la
gesticulación total del cuerpo humano mientras se expresa... Hablar es
gesticular."
"...La
palabra no es palabra dentro de la boca del que la pronuncia, sino en el oído
del que escucha... la lengua, es ante todo, un hecho acústico."
Noel Clarasó, en
artículo sobre el tema que nos ocupa, ha escrito: "...La capacidad de las
palabras para adquirir significados y su incapacidad en asumir un solo
significado limpio y mantenerlo, han encendido infinitas polémicas entre
escritores, gramáticos y filósofos. ¡Y lo que discutirán! Pues, según se ve, en
cosas de lenguaje no tiene razón el que critica, sino el que habla, siempre que
con las palabras que usa consiga hacerse entender. Que, a la hora de la verdad,
es de lo único que se trata".
(1) Lo expuesto hasta aquí, acerca de las palabras,
fue publicado en mayo de 1962 como artículo periodístico, distribuido por la
Agencia "LOGOS " entre los periódicos españoles de su
"cadena".
"El
escritor tiene que conocer las palabras, es claro, puesto que ellas son sus
instrumentos de trabajo. Pero esto sólo es una parte de la ciencia del
lenguaje. Escribir es también un arte, y el gran arte de escribir consiste,
probablemente, en dar a entender muchas, muchísimas cosas, a mucha, muchísima
gente, con las menos palabras posibles. Y entonces, según el giro y el
"tono" que se les dé a esas pocas palabras, ¡cuánto significado se
expresa con ellas!..."
García de Diego,
en su obra "Lecciones de Lingüística", escribe: "La palabra
no expresa una
idea, sino una realidad mediante una idea. Si digo un toro, no quiero expresar la idea, sino la
realidad toro. La palabra no es, pues, un díptico fónico-ideal, sino un
tríptico fónico-ideal-objetivo; esto es el elemento sonoro toro, mi idea y el
animal toro."
En su obra
"Précis de Stylistique franpaise", y al estudiar la estructura
morfológica de la palabra, distingue Marouzeau entre palabras significativas y
palabras gramaticales. Y escribe:
"En: el
libro de mi amigo, las palabras libro y amigo representan seres u objetos: el,
de, mi, sólo expresan determinaciones o relaciones."
"Los
términos de relación -afirma Marouzeau- sólo interesan a nuestro enten
dimiento; los
términos significativos hablan al propio tiempo a nuestra imagi
nación y a
nuestra sensibilidad."
Según Marouzeau las palabras gramaticales
ocupan poco espacio y pasan inadvertidas en el texto {el, de, por, si, mas,
como...). Ahora bien, tales palabras cuando abundan excesivamente "parece
como si ocuparan un espacio indebido", sobre todo en el verso donde,
"por definición el espacio está medido y es pues precioso".
Ejemplo:
Si tú no nos dices todo, no nos dices nada.
Frases éstas
vacías, según Marouzeau, y hasta podría decirse "llenas de nada".
"Con más
razón -sigue este autor-, las palabras accesorias resultan embarazosas si son
muy largas. Así, las palabras y locuciones como: consecuentemente, no obstante,
de manera que, dado que, a medida que, en consideración a, independientemente
de lo que..."
Palabras vacías y palabras llenas
Para Marouzeau
hay palabras vacías de significado hasta el punto de que sólo son instrumentos
gramaticales. Un enunciado —dice— en el que predominan las palabras vacías
produce una impresión de vulgaridad, de indigencia.
Densidad y ambigüedad de las palabras
Ejemplo:
Sea lo que sea y
lo que se diga de lo que se piensa.
Por el
contrario, la abundancia de "palabras de valor presta a la frase una
densidad considerada como uno de los elementos del buen estilo". Sin
embargo tal densidad "puede ser también fatigosa y difícil de sostener
mucho tiempo", ya que exige por parte del lector una verdadera tensión
espiritual.
Y se cita, como
ejemplo, el siguiente enunciado de Pascal:
"Una nada
respecto del infinito, un todo respecto de la nada, un término medio, entre
nada y todo."
Dicho de otro
modo: que la excesiva densidad puede resultar indigesta, como lo sería una
comida a base de platos fuertes.
El lector puede
encontrar ejemplos de este estilo indigesto, por demasiado denso, en algunos
filósofos para los que escribir es apretar de tal modo el pensamiento, en
palabras y frases tan densamente significativas, que la lectura se transforma
en ejercicio análogo al que se realiza para desentrañar el sentido de una
fórmula matemática.
Palabras "alfileres"
Albert Dauzat
("Le génie de la langue francaise") acepta la denominación de
"alfileres" para aquellas partes de la oración que Marouzeau llama
términos gramaticales. "Es alfiler —escribe Dauzat— todo lo que se une a
una palabra -verbo, sustantivo y hasta adjetivo- para determinarla o
calificarla. Alfiler el adverbio, cuando deja de ser independiente, para
modificar el sentido del verbo o del adjetivo (muy grande, comer bien); alfiler
el adjetivo desde el momento en que se une al nombre cualificado (hermosos
niños); alfiler la partícula, artículo, demostrativo, pronombre introductivo...
que ofrece el mínimo de autonomía y el máximo de dependencia". (Ob. cit.).
Ambigüedad de las palabras
Finalmente, y
desde el punto de vista lógico, hay que llamar la atención sobre el problema de
la ambigüedad de las palabras. Como dice Jevons (1) "son pocos los
términos que tienen un sentido claro y un solo significado... Cuanto más se
estudian las sutiles diferencias y matices en el significado de las palabras,
más se convence uno de la peligrosa cualidad de los instrumentos de que nos
valemos para razonar y comunicarnos con los demás".
Se recuerda la
división de los términos en unívocos y equívocos o ambiguos. Unívocos
"cuando sólo sugieren a la mente un solo y definido significado".
Así, la palabra catedral no es término ambiguo puesto que se aplica a todas las
iglesias catedrales con un solo sentido lógico.
En cambio
iglesia es palabra equívoca "porque unas veces significa el edificio en
que se celebra el culto religioso, y otras, el conjunto de personas que
pertenecen a una misma religión o secta, y se reúnen en iglesias".
(1) W. S. Jevons, LÓGICA. Pegaso. Madrid.
"Por
numerosos que sean los términos unívocos que podamos mencionar —dice Jevons-,
es incomparablemente mayor el número de términos equívocos. Estos comprenden la
mayor parte de los nombres y adjetivos que empleamos en los usos corrientes de
la vida".
"El grupo
más extenso de los términos equívocos lo constituyen aquellas palabras que han
transferido el significado, de la cosa que originariamente expresaban a otra
cosa relacionada con aquélla, de tal manera que aparecen ligadas estrechamente
en el pensamiento".
Ejemplo de
palabra que ha transferido su significado lo tenemos en el vocablo pie.
Originalmente significó el pie de un hombre o de un animal (derivada del latín
pes, pedís). Luego, por analogía, se extendió al pie de la montaña, a los pies
de las fotografías —en la jerga periodística—. Y la misma palabra sirve para
diferenciar las tropas de a pie, como la infantería, de las tropas motorizadas.
Y también para designar la medida de un verso (versos de pie quebrado).
En resumen, la
ambigüedad de los términos ha de ser tenida muy en cuenta al escribir para
evitar posibles confusiones de sentido; para procurar siempre que cada palabra
sea utilizada según la significación precisa dentro del contexto.
(Nota interesante que aparece en otra parte del libro)
(1) "Vida y palabra, pensamiento y
palabra son inseparables", dice Fidelino de Figueiredo en "La lucha
por la expresión". Y continúa: "Pensar y saber es querer decir y
poder decir. Todo lo que el hombre siente y piensa, lo incorpora al mundo de
las palabras. El juicio, pieza nuclear del pensamiento lógico, sólo existe en
el cerebro del hombre por su traducción en frase". Y más adelante, afirma
Figueiredo: "Indecible e impensable son casi sinónimos... El hombre
comienza a entender un poco el mundo ambiente cuando puede asociar las cosas a
signos sonoros y a rotularlos después con palabras".
"El
lenguaje -según García de Diego- no es más que el pensamiento oral, y el
pensamiento no es más que el lenguaje interior" (Lecciones de Lingüistica
española).
Génesis
La creación
1 En el
principio creó Dios los cielos
1 y la tierra.
2 Y la tierra
estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y
el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
3 Y dijo Dios:
Sea la luz; y fue la luz.
4 Y vio Dios que
la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.
5 Y llamó Dios a
la luz Día, y a las tinieblas llamó Noche. Y fue la tarde y la mañana un día.
6 Luego dijo
Dios: Haya expansión en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas.
7 E hizo Dios la
expansión, y separó las aguas que estaban debajo de la expansión, de las aguas
que estaban sobre la expansión. Y fue así.
8 Y llamó Dios a
la expansión Cielos. Y fue la tarde y la mañana el día segundo.
2P.3.S.
9 Dijo también
Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y
descúbrase lo seco. Y fue así.
10 Y llamó Dios
a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era
bueno.
11 Después dijo
Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto
que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue
así.
12 Produjo,
pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y
árbol que da fruto, cuya
semilla está en
él, según su género^ vio Dios que era bueno. 13 Y fue la tarde y la mañana el
día tercero.
14 Dijo luego
Dios: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche;
y sirvan de señales para las estaciones, para días y años,
15 y sean por
lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra. Y fue
así.
16 E hizo Dios
las dos grandes lumbreras; la lumbrera mayor para que señorease en el día, y la
lumbrera menor para que señorease en la noche; hizo también las estrellas.
17 Y las puso
Dios en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra,
18 y para
señorear en el día y en la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio
Dios que era bueno.
19 Y fue la
tarde y la mañana el día cuarto.
20 Dijo Dios:
Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la
abierta expansión de los cielos.
21 Y creó Dios
los grandes monstruos marinos, y todo ser viviente que se mueve, que las aguas
produjeron según su género, y toda ave alada según su especie. Y vio Dios que
era bueno.
22 Y Dios los
bendijo, diciendo: Fructificad y multiplicaos, y llenad las aguas en los mares,
y multiplíquense las aves en la tierra.
23 Y fue la tarde
y la mañana el día quinto.
24 Luego dijo
Dios: Produzca la tierra seres vivientes según su género, bestias y serpientes
y animales de la tierra según su especie. Y fue así. 25 E hizo Dios animales de
la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se
arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.
26 Entonces dijo
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a
nuestra
semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos,
en las bestias,
en toda la tierra, y en to do animal que se arrastra sobre la tierra.
27 Y creó Dios
al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hem
bra los creó.
28 Y los bendijo
Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y
señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en to
das las bestias
que se mueven sobre la tierra.
29 Y dijo Dios:
He aquí que os he da do toda
planta que da semilla, que está
sobre toda la
tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer.
30 Y a toda
bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se
arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para
comer. Y fue así.
31Y vio Dios
todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde
y la mañana el día sexto. O Fueron, pues, acabados los cielos y / la tierra, y
todo el ejército de ellos. 2 Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y
reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. He. 4.4,10. 3 Y bendijo Dios al
día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había
hecho en la creación.
Verbo /Pedro Salinas
¿De dónde, de dónde acuden
huestes calladas,
a ofrecerme sus poderes,
santas palabras?
Como el arco de los cielos
luces dispara
que en llegarme hasta los ojos
mil años tardan,
así bajan por los tiempos
las milenarias.
¡Cuántos millones de bocas
tienen pasadas!
En sus hermanados sones,
tenues alas,
viene el ayer hasta el hoy,
va hacia el mañana.
¡De qué lejos misteriosos
su vuelo arranca,
nortes y sures y orientes,
luces romanas,
misteriosas selvas góticas,
cálida Arabia!
Desde sus tumbas, innúmeras
sombras calladas,
luces dispara
que en llegarme hasta los ojos
mil años tardan,
así bajan por los tiempos
las milenarias.
¡Cuántos millones de bocas
tienen pasadas!
En sus hermanados sones,
tenues alas,
viene el ayer hasta el hoy,
va hacia el mañana.
¡De qué lejos misteriosos
su vuelo arranca,
nortes y sures y orientes,
luces romanas,
misteriosas selvas góticas,
cálida Arabia!
Desde sus tumbas, innúmeras
sombras calladas,
padres míos, madres mías,
a mí las mandan.
a mí las mandan.
Cada día más hermosas,
por más usadas.
por más usadas.
Se ennegrecen, se desdoran
oros y plata; «hijo», «rosa», «mar», «estrella»,
nunca se gastan.
oros y plata; «hijo», «rosa», «mar», «estrella»,
nunca se gastan.
Bocas humildes de hombres,
por su labranza,
por su labranza,
temblor de labios monjiles
en la plegaria,
en la plegaria,
voz del vigía gritando
—el de Triana—
que por fin se vuelve tierra
India soñada.
India soñada.
Hombres que siegan, mujeres
que el pan amasan,
que el pan amasan,
aquel doncel de Toledo,
«corrientes aguas»,
«corrientes aguas»,
aquel monje de la oscura
noche del alma,
noche del alma,
y el que inventó a Dulcinea,
la de la Mancha.
la de la Mancha.
Todos, un sol detrás de otro,
la vuelven clara,
la vuelven clara,
y entre todos me la hicieron,
habla que habla,
soñando, sueña que sueña,
canta que canta.
Delante la tengo ahora,
toda tan ancha,
delante de mí ofrecida,
sin guardar nada,
onda tras onda rompiendo,
en mí —su playa—,
mar que llevó a todas partes,
mar castellana.
habla que habla,
soñando, sueña que sueña,
canta que canta.
Delante la tengo ahora,
toda tan ancha,
delante de mí ofrecida,
sin guardar nada,
onda tras onda rompiendo,
en mí —su playa—,
mar que llevó a todas partes,
mar castellana.
Si yo no encuentro el camino
mía es la falla;
mía es la falla;
toda canción está en ella,
isla ignorada,
esperando a que alguien sepa
cómo cantarla.
¡Quién hubiera tal ventura,
una mañana;
isla ignorada,
esperando a que alguien sepa
cómo cantarla.
¡Quién hubiera tal ventura,
una mañana;
mi mañana de san Juan
—alta mi caza—
en la orilla de este mar,
quién la encontrara!
¿Qué hay allí en el horizonte?
¿Vela es, heráldica?
Una blancura indecisa
en la orilla de este mar,
quién la encontrara!
¿Qué hay allí en el horizonte?
¿Vela es, heráldica?
Una blancura indecisa
—puede ser ala—
hacia mi trémula espera
¿sueña o avanza?
Se acerca, y dentro se oyen
voces que llaman;
hacia mi trémula espera
¿sueña o avanza?
Se acerca, y dentro se oyen
voces que llaman;
suenan —y son las de siempre—
a no estrenadas.
a no estrenadas.
De entre tantas una sube,
una se alza,
una se alza,
y el alma la reconoce:
es la enviada.
Virgen radiante, el camino
que yo buscaba,
que yo buscaba,
con tres fulgores, trisílaba,
ya me lo aclara;
ya me lo aclara;
a la aventura me entrego
que ella me manda.
que ella me manda.
Se inicia —ser o no ser—
la gran jugada:
la gran jugada:
en el papel amanece
una palabra.
Necesidad y placer / José Mª G. de la Torre
Leer por necesidad.Porque hay que entender el
código supremo del hombre: la palabra.
Desde que nuestros antepasados se constituye
en personas tienen necesidad de articular su pensamiento, y aunque al principio
sus signos sean elementales, pronto necesitará un sistema de signos complejo y
capaz de abarcar todo lo que ve, un sistema que le permita definir el árbol y
la cueva, el río y la montaña, la semilla y el huracán, la estrella y la flor
... y así comprender, poco a poco pero cada día mejor, todo el universo y, por
ello, entenderse a sí mismo (((Intelijencia, dame el nombre exacto de las
cosas)), diría nuestro Juan Ramón, con su peculiar ortografía).
El alfabeto, la palabra, el texto permite
expresar los pensamientos y los sentimientos, los recuerdos y los proyectos,
ordenar lo grande y lo pequeño, lo real y lo imaginado, lo bueno y lo malo ...
Toda nuestra cultura, desde hace miles de años, se desarrolla a partir de la
palabra y es ella, sobre todas las demás cosas humanas, la que nos permite
comunicamos; es la palabra, y en una sociedad grande y compleja sobre todo la
palabra escrita, la que nos permite establecer las leyes que nos gobiernan, los
textos que nos enseñan y nos ayudan a desarrollar nuestras tareas, los relatos
que nos entretienen, nos hacen pensar, nos emocionan...
Por eso necesitamos leer, leer todos los días
y poniendo toda nuestra atención: para conocer qué pasó antes de nosotros, para
saber lo que está pasando aquí y ahora, para poder entender, en alguna medida,
lo que puede pasar en el futuro. Leer para saber de otros mundos y así saber
más del nuestro; leer para comprender nuestro mundo y así comprender mejor los
otros.
Leer por placer. Repetir cada palabra escrita
por los grandes creadores, deleitándonos con su forma, su sonido y hasta su
tacto, su olor y su sabor. .. Saber extraer de sus relatos las luces y las
sombras, lo que está visible o semioculto, escuchar los ecos que nos transmite
el texto («La palabra no ha de decirlo todo sino contenerlo todo)) nos explica,
inteligentemente, don Gabriel Miró).
Ver, a través del verso o la frase, los colores más intensos o las melodías más
sublimes. Sentir en nuestro interior todas las emociones, todas las penas, todas
las alegrías. Jugar con las palabras, con sus múltiples formas y sonidos, con
sus concordancias y sus disonancias; imaginar los mundos que nos presentan las
historias de los buenos escritores, entrar en esos mundos!: visitar los lugares
que nos describen, navegar por todos los mares y recorrer todos los
territorios, subir a las estrellas y bajar a los infiernos; dialogar con sus
personajes, participar en sus aventuras, compartir sus vidas, vivirlas con
ellos ... Repetir los versos de los
poetas, apropiárnoslos, sentirlos como nuestros: copiarlos,
modificarlos, recrearlos y regalárselos a la persona amada ...
Leer por necesidad y por placer. Sentir
intensamente las ansias de dominar el supremo código del universo-hombre y, a
través de él, todos los códigos de todos los universos. Leer para, como la más hermosa de las
consecuencias de ello, llegar a poder escribir: añadir nuestra palabra, aunque
sea una modestísima nota a pie de página o una mera acotación al margen, al inmenso libro que la humanidad
viene escribiendo desde que el ser humano se atrevió a erguirse y mirar a las
estrellas. (...)
Nuestra lengua /Octavio Paz
Las vocaciones son misteriosas: ¿por qué aquel dibuja incansablemente en su
cuaderno escolar, el otro hace barquitos o aviones de papel, el de más allá
construye canales y túneles en el jardín o ciudades de arena en la playa, el
otro forma equipos de futbolistas y capitanea bandas de exploradores, o se
encierra solo a resolver interminables rompecabezas? Nadie lo sabe a ciencia
cierta. Lo que sabemos es que esas inclinaciones y aficiones se convierten, con
los, años, en oficios, profesiones y destinos. El misterio de la vocación
poética no es menos sino más enigmático. Comienza con un amor inusitado por las
palabras, por su color, su sonido, su brillo y el abanico de significaciones
que muestran cuando, al decirlas, pensamos en ellas y en lo que decimos. Este
amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje, el
silencio. Cada palabra, al mismo tiempo, dice y calla algo. Saberlo es lo que
distingue al poeta de los filólogos y los gramáticos, de los oradores y los que
practican las artes sutiles de la conversación. A diferencia de esos maestros
del lenguaje, al poeta lo conocemos tanto por sus palabras como por sus silencios.
Desde el principio el poeta sabe, obscuramente, que el silencio es inseparable
de la palabra, es su tumba y su matriz, la letra que lo entierra y la tierra
donde germina. Los hombres somos hijos de la palabra, ella es nuestra creación;
también es nuestra creadora, sin ella no seríamos hombres. A su vez la palabra
es hija del silencio: nace de sus profundidades, aparece por un instante y
regresa a sus abismos.
Mi experiencia personal y, me atrevo a pensarlo, la de todos los poetas,
confirma el doble sentimiento que me ata, desde mi adolescencia, al idioma que
hablo. Mis años de peregrinación y vagabundeo por las selvas de la palabra son
inseparables de mis travesías por los arenales del silencio. Las semillas de
las palabras caen en la tierra del silencio y la cubren con una vegetación a
veces delirante y otras geométrica. Mi amor por la palabra comenzó cuando oí
hablar a mi abuelo y cantar a mi madre, pero también cuando los oí callar y
quise descifrar o, más exactamente, deletrear su silencio. Las dos experiencias
forman el nudo de que está hecha la convivencia humana: el decir y el escuchar.
Por esto, el amor a nuestra lengua, que es palabra y es silencio, se confunde
con el amor a nuestra gente, a nuestros muertos, los silenciosos y a nuestros
hijos que aprenden a hablar. Todas las sociedades humanas comienzan y terminan
con el intercambio verbal, con el decir y el escuchar. La vida de cada hombre
es un largo y doble aprendizaje: saber decir y saber oír. El uno implica al
otro: para saber decir hay que aprender a escuchar. Empezamos escuchando a la
gente que nos rodea y así comenzamos a hablar con ellos y con nosotros mismos.
Pronto, el círculo se ensancha y abarca no sólo a los vivos, sino a los
muertos. Este aprendizaje insensiblemente nos inserta en una historia: somos
los descendientes no sólo de una familia sino de un grupo, una tribu y una
nación. A su vez, el pasado nos proyecta en el futuro. Somos los padres y los
abuelos de otras generaciones que, a través de nosotros, aprenderán el arte de la
convivencia humana: saber decir y saber escuchar. El lenguaje nos da el
sentimiento y la conciencia de pertenecer a una comunidad. El espacio se
ensancha y el tiempo se alarga: estamos unidos por la lengua a una tierra y a
un tiempo. Somos una historia (…)
El logos en la
conciencia:
lenguaje,
conceptualización y creatividad /Bruno Rosario Candelier
Fueron los antiguos pensadores presocráticos, con Heráclito a la cabeza,
los que inventaron el concepto de logos al que asignaron el significado de “pensamiento”,
“espíritu”, “idea”, “sentido”, “discurso”, “palabra” y “verbo”. Al concebir el
logos como esencia del espíritu y alma de las palabras, Heráclito le atribuía
un carácter divino, que posteriormente san Juan, en su Evangelio, vincularía al
mismo Dios, llamándolo Logos o Verbo, con mayúscula, para distinguirlo de la
palabra encarnada o del logos que atesoramos los humanos. Los antiguos griegos
concebían la Naturaleza como expresión sagrada en razón de su origen divino.
Los pensadores presocráticos, en estado de contemplación, se dedicaban a pensar
el Mundo y a crear belleza. Heráclito reflexionó sobre el ordenamiento de lo
existente, el desarrollo de la conciencia y la potencia de la palabra.
De las reflexiones de Heráclito de Éfeso podemos inferir tres profundas
intuiciones que fundaron la cultura de Occidente: 1. La presencia de una
energía interior de la conciencia, principio espiritual del pensamiento, que
denominó Logos. 2. La existencia de una sabiduría universal o memoria cósmica acumulada
en al algunas capas del Universo, fuente de verdades reveladas, que llamó
Númen. 3. La importancia de la vida interior de la conciencia a favor del
crecimiento del espíritu, que nombró nomos.
Según esta visión del pensador griego, el logos es la unidad que funda
la ideación de los conceptos. Por su esencia divina, el logos es una energía
interior que procede del Logos primordial, principio de cuanto existe, vale
decir, o divino mismo. Encarnado en la palabra, el logos encierra la esencia
del espíritu en cuya virtud el hombre piensa, habla y crea. Igualmente, el
logos desarrolla la conciencia humana, propicia la capacidad de reflexión y
fecunda la vida del espíritu. Esta concepción del logos tiene importantes
implicaciones intelectuales, morales, espirituales y estéticas. Base de la
conciencia cósmica y potencia interior de la conciencia, el logos enlaza al
hombre con la sabiduría universal y, desde luego, con la Divinidad. En
consecuencia, el logos propicia el desarrollo de la conciencia, funda el acopio
de la sabiduría universal y explica la coparticipación divina en cuya virtud
todo se vincula con el Todo.
Según la concepción de Heráclito, el Logos canaliza la esencia de la
sabiduría universal archivada en la memoria cósmica, concepto que asumiría la
psicología moderna con Carl G. Jung, que habló de inconsciente colectivo. Para
Werner Jaeger, la concepción del logos entraña la comprensión espiritual de la
más alta sabiduría, ya que participamos de la condición divina y, en
consecuencia, de la sabiduría universal, a la que accedemos en virtud del logos
(1)
El logos funda el lenguaje, operación y mecanismo que alienta y
desarrolla la conciencia. El logos otorga sustancia a la palabra, base del
pensamiento y principio espiritual de la conciencia, que es lo mismo que decir,
esencia y sentido de la trascendencia humana. El logos nos ha dotado del don
para pensar y del poder de articular la palabra para hablar, al tiempo que
propicia las operaciones del intelecto con sus manifestaciones conceptuales o
reflexivas. Lo que hace posible que pensemos y hablemos, lo que escriben
pensadores y poetas, lo que creamos con el concurso de la palabra, se debe a la
energía interior de la conciencia, basada en el logos que el lenguaje
formaliza. Como sistema de comunicación verbal que expresa conceptos, emociones
y anhelos, el lenguaje canaliza en la palabra la intuición de la inteligencia,
la percepción de la sensibilidad y el dictamen de la voluntad mediante la
articulación de sonidos y sentidos formalizados en frases, enunciados o
expresiones.
Con el poder de la palabra, el logos se manifiesta como energía de la
conciencia, fundamento del pensamiento y aliento de la creatividad. Como energía de la conciencia, desarrolla la
dimensión espiritual de la condición humana; como fundamento del pensamiento,
aporta la base conceptual del lenguaje articulado: y como aliento de la
creatividad, entraña el principio intuitivo del pensar, mediante el aporte
intelectual y estético.
El lenguaje tiene una faceta formal y una faceta conceptual. La
vertiente formal se expresa en la manera como empleamos palabras y expresiones.
La vertiente conceptual, que encierra ideas o pensamientos, comprende el
dominio de la reflexión. La inventiva humana, basada en la intuición, la plasma
el lenguaje por el cual entendemos, conceptualizamos y comunicamos el sentido
de las cosas que la realidad sugiere. La capacidad para conceptualizar sobre
hechos, fenómenos y cosas funda el desarrollo intelectual que el usuario de la
lengua revela en la palabra.
Estamos en condiciones de entender que el logos fecunda la capacidad del
intelecto y alienta el talante de la sensibilidad. El poder generativo de la
palabra despliega la potencia de la conciencia de quien, prevalido de los
conocimientos heredados y adquiridos, canaliza su cosmovisión, sus apelaciones
y su talante cultural. (…)
En primera persona:
entrevista
con Juan Bosch /Guillermo Piña Contreras
(…) Precisamente,
profesor, ¿cuál considera usted que es el defecto del joven escritor
dominicano? poco
conocimiento de la lengua. Porque está bien que un escritor utilice la palabra
escándalo cuando podría usar la de alharaca o algarabía, pero debe conocer la
existencia de esas palabras, pero nuestra joven generación sólo conoce la de
escándalo. No conoce algarabía ni conoce alharaca. ¿Y qué importancia tiene
conocer palabras?, que las palabras cultivan la inteligencia. Cuantas más
palabras conoce una persona, más
desarrollada tiene la inteligencia, porque las palabras están grabadas
en células cerebrales, el que tenga 90 mil células cerebrales activas tiene una
inteligencia altamente desarrollada. Las células cerebrales se mueven al
impulso de las palabras grabadas en ellas y también se mueven en tribus; y
alrededor de cada palabra y junto con cada palabra vienen a la parte consciente
del cerebro todos los conceptos que en alguna forma se relacionan con esas
palabras. (…)
El arco y la lira /Octavio Paz
(…) Cada palabra o grupo de palabras es una metáfora. Y asimismo es un instrumento mágico, esto es, algo susceptible de cambiarse en otra cosa y de trasmutar aquello que toca:
la
palabra pan, tocada por la palabra sol, se vuelve efectivamente un
astro; y el
sol,
a su vez, se vuelve un
alimento luminoso.
La palabra es un símbolo que emite símbolos. El hombre es hombre gracias al
lenguaje, gracias a la metáfora original que lo hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El
hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un lenguaje. Por la palabra, el
hombre es la constante producción de imágenes y de formas verbales rítmicas es una prueba del carácter simbolizante del habla, de su
naturaleza poética. El lenguaje tiende espontáneamente a cristalizar en metáforas.
Diariamente las palabras chocan entre sí y arrojan chispas metálicas o forman parejas fosforescentes. El
cielo verbal se puebla sin cesar de astros nuevos. Todos los días afloran a la superficie del
idioma palabras y frases chorreando
aún humedad y silencio por las frías escamas. En el
mismo instante otras desaparecen. De pronto, el
erial de un idioma fatigado se cubre de súbitas flores verbales. Criaturas luminosas habitan las espesuras del habla. Criaturas, sobre todo, voraces. En el
seno del lenguaje
hay
una guerra civil sin cuartel. Todos contra uno. Uno contra todos. ¡Enorme masa siempre
en
movimiento, engendrándose sin cesar, ebria de sí! En labios de niños, locos, sabios, cretinos, enamorados o solitarios, brotan imágenes, juegos de palabras, expresiones surgidas de la nada. Por un instante, brillan o
relampaguean. Luego se apagan. Hechas de materia inflamable, las palabras se incendian apenas las rozan la imaginación o la fantasía. Mas son incapaces de guardar su fuego. El habla es la sustancia o alimento del poema, pero no
es
el poema. La distinción entre
el poema y esas expresiones poéticas —inventadas ayer o repetidas desde hace mil años por un pueblo que
guarda intacto su
saber tradicional— radica
en
lo siguiente: el
primero es una tentativa por trascender el idioma; las expresiones poéticas, en cambio, viven en el
nivel mismo del habla y son el
resultado del vaivén de las palabras
en
las bocas de los hombres. No son creaciones, obras. El habla, el lenguaje social, se concentra en el poema, se articula y levanta. El poema es lenguaje erguido.
Como ya nadie sostiene que el pueblo sea el autor de las epopeyas homéricas, tampoco nadie puede defender la idea del poema como una secreción natural del lenguaje. Lautréamont quiso decir otra cosa cuando profetizó que un día la poesía sería hecha por todos. Nada más deslumbrante que este programa. (…)
La palabra es el instrumento esencial en el oficio del escritor, por lo que es un tema que se debate con frecuencia en su escritorio. Aquí presentamos varios textos donde la palabra se puede apreciar desde diferentes perspectivas: literaria, académica, religiosa, poética, etc. Enfoques de unos pocos autores serán suficientes para envolvernos en su magia y abrir la puerta de nuestra curiosidad e imaginación.
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